jueves, 19 de febrero de 2015

Teoría: Efecto Colas





Imagínense por un instante  a una madre o padre de familia realizando una cola de dos o tres horas para poder hacerse de algún producto de primera necesidad o artículo de uso personal u hogareño en medio del caos de escasez que ha generado el desgobierno.
Véanlo en su mente, allí en medio del sol. Que su imaginación trace la escena de esa persona que puede ser usted, algún familiar o amigo, obsérvelo allí en esa cola, delante de él no menos de unas 50 personas también ansiosos por comprar ese producto, cualquier que le venga a la mente puede ser válido, que le hace falta en su vacía dispensa hogareña.
Esa persona que usted se imaginó tiene pensamientos en la vida real. Mientras pierde tiempo en esa cola kilométrica le vienen a su razonamiento varias inquietudes que le martillan la cabeza sin cesar.
¿Quién hace la tarea con mi hijo cuando estoy en la cola? ¿Quién aconseja a mi hijo cuando estoy en la cola? Y al final he dejado la interrogante más preocupante de todas: ¿Con quién se juntará mi hijo mientras estoy haciendo la cola de la harina, café, leche o mantequilla?
Los efectos de la escasez y el desabastecimiento no sólo dañan el poder adquisitivo del pueblo, no sólo genera un malestar social que va en incremento día a día, sino que a raíz de la realidad económica se obliga a los padres y madres a dedicar más tiempo en la búsqueda de comida, mientras pierde oportunidades para estar en familia.
La escasez, aunque no se diga tanto, perjudica la base de nuestra sociedad, es decir, corroe la estabilidad anímica e interpersonal del núcleo familiar, profundizando un desarraigo de valores, principios y empatía.
Las colas no solo nos hacen más violentos, debido a la frenética búsqueda de alimentos escaseados, sino que además repercute en la articulación y el sano desenvolvimiento familiar.
Sencillamente las colas, como llana expresión tangible del caos económico nacional, son parte de los flagelos que en la sociedad actual atenta contra la organización familiar y el valor de ésta en la construcción de una sociedad más humana, solidaria y activa.
Las autoridades tienen el deber moral y legal de colocarle, como dicen en mi pueblo, “un parao” a esta situación que tiende a incrementarse y a ir carcomiendo las bases mismas de nuestra nación.
El régimen está en la obligación de reactivar el aparato productivo nacional al costo que sea, porque ninguno será más grande que las consecuencias sociales que se están sembrando gracias al desastre ocasionado por las prácticas incorrectas de la administración nacional.
El daño económico es grande, no obstante el daño social es incalculable. Hoy gracias a la escasez, la carencia de empleo, la inflación, el desabastecimiento y la inseguridad, el venezolano ha tenido que tomar actitudes socialmente peligrosas.
Gracias a las erróneas acciones gubernamentales los venezolanos han tenido que tornarse más agresivos en la búsqueda de sobrevivencia, cual ley de la selva.
El pueblo ha tenido que hacer malabares y agotar el tiempo de descanso, formación, recreación y crecimiento familiar para matar tigritos y así hacer rendir el flaco sueldo.
 
 
 
 
 
  
 















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